jueves, 10 de noviembre de 2011

El otoño, oño


Oviedo, noviembre 2011

Se ve caer el otoño oño
se deshoja el calendario
ayer pasó sin querer
hoy se tiró del armario

En las regiones de mayor riqueza forestal  tal vez sea el otoño la estación más hermosa. Ese es nuestro caso. Y la publicidad lo aprovecha. La riqueza de colores es incomparable al de otras épocas del año.

No me cabe duda de que la belleza de un paisaje no depende exclusivamente de la variedad cromática. Es otra apreciación mítica y lírica. Es más cuestión de armonías y desequilibrios, como en el arte.
El Paraíso, los verdes campos del Edén, como dice Gala, están recorridos por ríos rodeados de bosques de frondosas, fuentes y campiñas verdes cuajadas de flores fragantes.
Son escenarios escogidos por la literatura para la novela pastoril, la poesía amorosa, porque cuentan con rincones escondidos donde el flechador Cupido, a sueldo de Afrodita, acecha a los amantes.

Mi Amado las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos.

Dicen unos versos de San Juan de la Cruz en su Cántico espiritual. Pero la excelencia puede hallarse igualmente en un paisaje desértico, en uno nevado o en alta mar, más monocromáticos.

En los ciclos naturales el amor es parte de un  juego de más enjundia, la reproducción. La importancia de la experiencia idealiza los lugares del encuentro amoroso. Los árboles son seres vivos, poderosos por su envergadura y longevidad, que cada año nos ofrecen, además, el espectáculo del paso de esos ciclos que es también el del tiempo y el de nuestras vidas.

Todas las estaciones son bellas, pero la más identificada con el amor es la primavera.

Persefonis desciende a los infiernos al final  del otoño y regresa a la tierra en esas fechas, que es cuando renace la vida, revientan los brotes de los árboles y se abren las flores para recibir a las primeras abejas.
En tiempos adolescentes, sin que me comiera un rosco, le calentaba la oreya a mis escasas amigas con versos de Miguel Hernández, pero no de su etapa combativa sino de la bucólica.

Yo te libé la flor de la mejilla
y desde aquel dulcísimo suceso
tu mejilla de escrúpulo y de peso
se te cae deshojada y amarilla 

Hay otra versión del segundo verso que yo también me sabía, "y desde aquella gloria, aquel suceso", dice, pero tampoco resultaba, me quedaba sin libar y, de todas formas, a mí me gustaba más el superlativo..., era la edad, ¡y las ganas!.
Decimos metafóricamente que estamos en el otoño de la vida cuando recorremos el tercer cuadrante de la planilla total prevista en principio. Se deshoja el calendario. Ya no pacerá el Amado entre las flores.

Si se nos permite apuremos las cuatro estaciones y la vida hasta la última nevada.

Salud.

Barbarómiros.