jueves, 15 de marzo de 2012

REFORMA LABORAL-2

La crisis que padecemos no la ha generado el mercado de trabajo.
Sin embargo, se descarga sobre la mayoría, trabajadores y parados, no sólo sus fatales consecuencias sino también el peso de la culpabilidad sobre aquella, dejando impunes por el contrario a sus verdaderos causantes.
El empleo -el mundo de trabajo- que nada tuvo que ver en el origen de la actual crisis generada en 2008 por el sistema financiero -el capital- tiene que pagar los platos rotos del festín de la minoría de privilegiados, la factura de la juerga que se corrieron a nuestra costa y que el estado, de nuevo con nuestro dinero, tuvo que venir a socorrer.

Un fenomenal ejercicio de sarcasmo que tendría su gracia si no afectara a más de 5 millones de parados en este país y dejara temblando al resto, atenazado como está por el miedo. Lo que demuestra que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad y ésta se acaba creyendo, si es hábilmente manipulada por los medios de comunicación y propaganda al servicio de los que nunca pierden.

En este contexto aparece el RDL (real decreto ley) 3/2012, la reforma del mercado laboral promovida por el gobierno del PP que nos impone en España ese traje legal hecho a la medida del nuevo capitalismo. Podemos aceptarlo como un trágala de resignación, con fatalismo o, por el contrario, rebelarnos ante algo mendaz y tremendamente injusto. No hay puntos intermedios.
En primer lugar, tendríamos que decir que la reforma asume fielmente los dictados de los mercados y la patronal, ya anunciados por las reformas precedentes de los años 2010 y 2011 del anterior gobierno del PSOE, que poco hizo por evitar el desastre.
En segundo lugar, éste de extrema gravedad, por todo lo que supone la reforma en cuanto a la ruptura del pacto laboral entre las fuerzas del trabajo y las del capital y que de un soplo se va al garete.
Nuestro propósito es tratar en este panel monográfico los diferentes aspectos que conlleva la reforma laboral, sus consecuencias en las relaciones laborales, la devaluación de la negociación colectiva, la facilitación del despido, la precarización del empleo y de la contratación… y, en fin, la merma de derechos que eran, hasta ayer, considerados fundamentales para el trabajador, algunos recogidos en la Constitución.


Habría que recordar que en nuestra sociedad, con un tardío e imperfecto estado del bienestar, los derechos no fueron producto de una concesión gratuita por parte de las fuerzas del capital o del estado, sino conseguidos tras severos esfuerzos por parte del mundo del trabajo desde el inicio del capitalismo. Y esto hizo mejor nuestra sociedad.
Si antes avanzamos lento, ahora regresamos rápidamente, porque el equilibrio de fuerzas simbolizado por el balancín del pacto queda ahora súbitamente anclado de un lado, a merced del peso y la intransigencia del niño gordo; mientras del otro lado, su contraparte ligera y desvalida, casi suspendida en el aire, queda desprotegida ante una correlación de fuerzas tan desigual y desproporcionada.

Pero, por lo demás, lo que ahora resulta definitivo, es que la reforma se nos vende como el bálsamo de Fierabrás, la purga de Benito que aplicada al enfermo convenientemente -la decaída economía española- logrará sin ningún asomo de dudas por parte de los médicos del gobierno, aunque para sorpresa del propio enfermo, su pronta recuperación.
Es decir, lo que llaman obscenamente retomar la senda de un crecimiento económico imposible.