jueves, 11 de enero de 2018

Una historia familiar, 1 o 2

Tamborilero a los 70 años en Sequeros
Rompiendo la lógica generacional él, mi padre, aprendió a tocar los instrumentos diez o acaso quince años más tarde que yo. Fue un efecto parasimpático provocado por el ocio jubilar, al tiempo de su regreso a tierra natal, Salamanca, de la que mayormente estuvo separado. Todo ello coincide en paralelo con mi para lela marcha de la misma tierra, aquella donde estudié alatamente, para cumplir luego servicios exteriores: primero rústico-postales en la Sierra y, más tarde, completados en el Norte y el Este. 

Infelizmente mi padre no perseveró lo suficiente con los instrumentos charros pero no le faltaron dotes porque tenía buen oído y gracia, que para este oficio es lo fundamental. Le atorraban mucho en casa y tenía que huir al pueblo, cosa que no le desagradaba en absoluto, para poder ensayar a gusto, con entera libertad, al tiempo que obraba otros ensayos en fogones desprovistos de tutela. Todo ello, más libertad. Con todo, a causa de la falta de esa necesaria continuidad que el oficio musical exige, se ve que acabó desilusionado con la gaita y arrumbando los bártulos al rincón de la bodega por la falta de los progresos que demandaba. Son los bártulos que yo no tardaría en arrebañar a vuelta de aquellos servicios mencionados. Desde entonces, han pasado teinta años, cuento con cuatro gaitas, dos tamboriles, castañuelas, sartenes sonajeras y una botella de anís para hacer carraca.

Como decía, cuando iba al pueblo mi padre se desfogaba mucho allí, tocando en sesiones impenitentes mirando a la Peña de Francia; allí amigos y vecinos le jaleaban con buena compañía de meriendas y bodegas, gratas compañías de amigos que van muriendo y que alternaba convenientemente con el sobrevalorado trabajo versallesco en el jardín de su casa de inmensos 70 metros cuadrados. Agropecuariamente hablando padre no pasó de infante, su mayor logro la plantación de un cedro que cumplió los cuarenta años y que ahora alcanza grandísimo porte.

Su tesón musical fue diríamos más enfocado a la cosa folclórica o etnomusical: tratando de recuperar o hacer acopio de tantas canciones tradicionales como populares que llegaban a su memoria o manos; transcripción de letras y música a partitura; confección de meritorios pregones y algunas ingeniosas coplas de cosecha propia, como la famosa y reconocida "oda al pedo" que no tendré ahora el mal gusto de referir pues estamos en la hora de comer. Siguiendo con la vena artística, palo fuerte de su personalidad, nuestro hombre también dio pávulo a otras aficiones tales como la canción coral o la participación en un grupo teatral aficionado. Todas actividades, hay que decir, en las que alcanzó más fuste y reconocimiento.

Su momento artistico estelar, sin embargo algo tardío, fue alcanzado con la destacada participación en la película de Basilio Martín Patino "Octavia" (2002) rodada integramente en Salamanca. Tras el éxito fulgurante en las pantallas, la canalla prensa del corazón se cebó con él al atribuirle una historia mendaz nada menos que con Penélope Cruz!! 40 años más joven que él, enamorada de sus ojitos rasgados y que nadie se molestó de desmentir; fake news, por cierto, que casí le cuesta su matrimonio en el momento en el que iba a cumplir las bodas de oro!!

Enlazando con Basilio (BMP) mi padre y éste eran de la misma generación, se conocían de la mocedad en la rancia Salamanca de posguerra, donde todos se conocían: debían ser de los mozos más espigados y románticos que paseaban sus penas por la ciudad tormesina. La película es un encargo que la ciudad hace a Basilio con motivo de la capitalidad cultural europea del mismo año.
(Para ver más información de la película y obra, clicar aquí.)
Aunque injustamente no saliera en los créditos, Patino concede a mi padre un papel más allá de figurante con boca. Con boca digo porque tiene papel y guión, hace precisamente de padre de la tonta del bote Antonia San Juan, y chupa de un primer plano excelente (como pocos he visto) en una cena familiar navideña mientras está hablando y comparte mesa con otro admirado artista, Jaume Sisa, que está medio borracho.  El periodista Javier Rioyo también aparece en la película haciendo un cameo.
Al cabo de esta fructífera colaboración BMP le regala el libreto inencontrable con su dedicatoria firmada de la película "Nueve cartas a Berta" (1966) también ambientada en Salamanca. Para mí, una de las mejores películas españolas de todos los tiempos, muy adelantada a su época ramplona. Octavia no vale gran cosa, aunque un segundo visionado, tras la muerte de ambos, me ha provocado una mejor opinión.
Hay obras, las menos, que ganan con el tiempo; la mayoría en cambio sucumbe a su paso.
Primer año triunfal. Soplagaitas a la edad de 4 añitos
Tetuán. Años 60. No sé quiénes son.
Ahora pasamos a otra historia.
Hubo una relación familiar con Marruecos. De los pueblos en general conservadores de Salamanca (Béjar no es Salamanca) salieron en estampida muchos mozos rebotados del arado que acabaron en los brazos del Duque de Ahumada o engrosando las filas del penoso ejército africanista en las primeras décadas del siglo XX. Carne de cañón, estos últimos, en las refriegas militares de Marruecos, estertores del colonialismo español. Mi abuelo Manuel (al que no conocí) fue uno de ellos y creo que probó bien el betún porque he visto una foto de los años 20 con él postrado en lo que parece un hospìtal de campaña. En cualquier caso volvió a la península en los años 30 después de varias campañas desastrosas contra los rifeños, ya con cierto grado ¿llegaría a sargento? y retirado a puesto administrativo en el archivo militar que terminaría siendo de la Guerra Civil tras la victoria franquista. Murió prematuramente, creo que en 1950. 

Hay una foto familiar ¿dónde cojones estará? en la que se le ve en un acto de exaltación nacional y religiosa (lo digo por la presencia de un prelado notorio) en la cruz del Campo de San Francisco junto a Miguel de Unamuno, a la sazón rector de la Universidad. Es tan propia la imagen de 1936 que no da lugar a ninguna duda: la guerra civil ha comenzado y Don Miguel muere a final de dicho año acosado por los que vencerían sin convencer lo mas mínimo. 

Como huérfano que es mi padre y en cumpliendo la edad propia de iniciar la universidad pudo beneficiarse de esos privilegios que los hijos de la milicia vencedores tienen, ingresa en algún internado de Valladolid y estudia Derecho y Magisterio, que culmina en Salamanca. Sus otros dos hermanos, por arriba y por abajo en edad, siguieron el camino del abuelo. Manuel, mi padrino, y Juan, el menor, conocido por Juanito.
Aquí lo dejo, de momento.