miércoles, 4 de abril de 2012

Al Cáucaso (Lermontov). PODCAST

Кавказy
(1830)
Кавказ! далекая страна!
Жилище вольности простой!
И ты несчастьями полна
И окровавлена войной!..
Ужель пещеры и скалы
Под дикой пеленою мглы
Услышат также крик страстен,
Звон славы, злата и цепей?..
Нет! прошлых лет не ожидай,
Черкес, в отечество свое:
Свободе прежде милый край
Приметно гибнет для нее.

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Esta poesía me la aprendí de memoria, todavía la recito, junto con otras tres o cuatro más del mismo autor. 
Mi repertorio estaba compuesto por poesías de Mijail Yúrevich LERMONTOV (la que encabeza esta entrada) otras de Pushkin y  otras de contemporáneos como Mayakovski o Ajmátova. Las veladas con stijotvorenya (recitales poéticos) y/o bardi (cantautores, generalmente con guitarra) a las que era regularmente invitado solían ser algo bastante común en aquellos tiempos, veladas informales acompañadas de espirituosos que transgredían la noche y que podían confortablemente rematarse con baños prohibidos en las simas termales del Praval, en el vientre del Mashuk. 
En una de esas veladas -quizá la más seria y protocolaria- realizada en un centro cultural con alfombra roja y ese típico estilo kistch tan soviético en su decoración, fui obsequiado con un precioso medallón de bronce grabado dedicado a la amistad imperecedera de los pueblos. Ese regalo lo conservo como un tesoro.

El héroe de nuestro tiempo
Del primero de los autores rusos, Lermontov, que presumía de tener ancestros hispanos -del mismo modo que Pushkin, abisinios, en este caso verdaderos- es indispensable destacar su gran obra en prosa El héroe de nuestro tiempo. Pechorín, su protagonista, es en realidad el trasunto del héroe nihilista que él encarnó en vida y que supo predecir con su propia muerte en un duelo en la ciudad de Pyatigorsk, la ciudad balnearia.
Dejó ciertamente un cadáver joven pero su leyenda, imborrable, está asociada a estas tierras del Cáucaso, las montañas de las que se enamoró, al igual que de sus indómitos pobladores.

Una albóndiga, una ilusión


La ilusión rabiosamente persistente

Una tarde en el paseo me encontré una corza en El Espinar
Regresaba por la vaguada y quedó parada como estatua de sal.
Nos miramos a los ojos un instante interminable…
Al cabo crujió una rama, marchó brincando y la seguí hasta que se perdió de vista. 
Pensé en la parábola de la corza herida y decidí seguir mi camino sin mirar atrás.

 (El Espinar, 19 de setiembre de 2007)