Al parecer, según demuestra la neurociencia, la emoción decide nuestros actos y la razón la justifica.
No somos tan racionales.
Mientras que la primera es inmediata, funciona a través del sistema nervioso, puesto que protege la vida; la segunda requiere una elaboración y necesita de una conciencia que la observe.
De modo que nos pasamos la vida justificando nuestros actos, actos que obedecen a impulsos de escaso control, impulsos que viajan a una velocidad de vértigo y que llegan a su destino sin habernos dado cuenta.
La razón es un mito humano, apenas puede poner bridas a este caballo desbocado.