MANDARINAS
La
coproducción estonia-georgiana Mandariinid (Tangerines,
2014) fue una de las cintas nominadas en la categoría de Mejor
Película de Habla no Inglesa en este 2015, amén de serlo también
para los Globos de Oro. Con esta historia Zaza Urushadze consiguió
la primera nominación al Oscar para el cine estonio. Con un relato
lineal en lo argumental y lo narrativo, raso, sin artimaña alguna;
apelando a eso que a veces parece olvidarse en el séptimo arte:
contar una historia. Un humilde alegato antibelicista, palpable desde
el primer minuto, pero que quizá se entienda mejor como una fábula
sobre la bondad del ser humano en contraposición con su naturaleza
violenta. O posiblemente, tan solo una parábola sobre la naturaleza
del ser humano, para que cada uno determine de qué pie cojea nuestra
especie.
Desde
nuestra atalaya en el Cáucaso observamos, al son de una suave
melodía folclórica punteada con lirismo (banda sonora a cargo de
Niaz Diasamidze), la estupidez de la guerra. En una aldea
prácticamente abandonada, en apenas hora y media, el realizador
estonio expone, tirando de términos estadísticos, sus conclusiones
generales para todos los enfrentamientos a partir del estudio de una
muestra. Un par de casas, un par de amigos, un par de heridos, un par
de bombas y unas cuantas aves de paso configuran las variables de un
microcosmos que detalla una barbarie universal. No hay evidencia
científica alguna que reconozca que somos violentos, parece exponer
Urushadze. Pero el interrogante que proyecta Mandariinid es
otro: si el hombre es malo por la evidencia de sus conductas
(violaciones, homicidios…) ¿Cómo interpretar los axiomas
contrarios que suponen los actos de indulgencia, caridad, amor y
conciliación? Esa incógnita está supeditada en el filme a la
evolución de los personajes (en especial la de ambos heridos) y al
juicio que emita el espectador una vez los créditos se superpongan
al plano general final.
Ivo es
un personaje que en su laconismo se erige como un animal
interpretativo que, sin alzar la voz, clama por un mundo menos
irracional. Carga con un pasado sombrío, casi hermético –salvo
por una foto de su nieta–, que el espectador no descubrirá hasta
el final. Parece atormentado, en comunión con el paisaje que le
rodea. Hasta el último suspiro no descubriremos cual es el motor de
sus actos, no sabremos donde se asientan sus principios. Es,
precisamente, en ese héroe donde reside el secreto de Urushadze, que
cuenta una historia humanista sin asomo de análisis políticos o
causales; pese a exponer, tanto el checheno como el georgiano, los
motivos que les llevaron a coger las armas. Filmada con una templada
puesta en escena, sin atisbo de artificios y pirotecnias, al punto de
tirar un camión por un barranco y alegar Ivo, tras la sobriedad del
suceso y la ausencia de explosión, “el cine es un gran engaño”.
Un ejemplo de la sencillez de los trazos a pesar de la tensión
narrativa. También es cierto que hay elementos que rozan algo más
que la canónica excelencia, como la citada banda sonora o la
interpretación de Lembit Ulfsak. Todo suma.
Cineclub de Hervás, sesión 11-2-2016