No se necesitan pruebas ciertas para arruinar una reputación.
Es muy fácil hundir a un individuo díscolo, llamándole primero tocapelotas, luego antisistema, radical y finalmente terrorista o enemigo del Estado (en mayúscula, para distinguirlo de otros estados, sean liquidos, sólidos o gaseosos). El Estado es bruto por naturaleza y tratándose de brutos no existen expectativas prometedoras, de verdad que no, para que cambie.
Lo que llamamos las administraciones públicas son los brazos brutitos del Estado. Desde su origen, absolutista y autoritario, tienden a aislarse con soberbia soberana del pueblo o la ciudadanía y se convierten en cuerpos sólidos sin corazón y sin entrañas, piedras del castillo inexpugnable que se molestan cuando alguien viene a reclamarles cuentas del otro lado del foso, que es la ventanilla burocrática.
Lo que llamamos las administraciones públicas son los brazos brutitos del Estado. Desde su origen, absolutista y autoritario, tienden a aislarse con soberbia soberana del pueblo o la ciudadanía y se convierten en cuerpos sólidos sin corazón y sin entrañas, piedras del castillo inexpugnable que se molestan cuando alguien viene a reclamarles cuentas del otro lado del foso, que es la ventanilla burocrática.
Desde la fundación del estado de derecho moderno estos bracitos se disfrazaron de virtud llamándose servidores del Estado (no del pueblo) pero ese mismo Estado se siguió reservando para sí el monopolio de la violencia (no legítima) y la autoridad suprema y, a menudo, se revuelve contra el pueblo cuando se ve correr peligro. Cuando el Estado viola los términos del contrato social, lo que sin duda ha ocurrido con múltiples pruebas, queda desautorizado y por tanto la obediencia a si debida cuestionada.
La violencia, sabemos, es bruta por naturaleza, ejerza quién la ejerza; no gusta de corregirse y difícilmente tiene enmienda. La violencia se ejerce de muchas maneras, la fuerza no sólo es el músculo: es el poder, la capacidad de dominar, sea el hombre sobre la mujer o los agentes de la autoridad para imponer o hacer las leyes. Es necesario que haya leyes y Derecho, si no, no podríamos convivir. Pero la convivencia tiene que partir de la conciencia, no del miedo a las leyes o a la represión.
En la política no hay Perdón, sólo puede haber Dimisión, porque un servidor (lo que son) no puede ser servido ni loado por hacer lo que debe hacer.
En la política no hay Perdón, sólo puede haber Dimisión, porque un servidor (lo que son) no puede ser servido ni loado por hacer lo que debe hacer.
Prueben por favor a conjugar el verbo Dimitir, que es también un nombre griego, que proviene de la diosa de la Agricultura, por tanto de la domesticación.
Prueben a Dimitir.
Líbreme Dios del toro manso, que del toro bravo correré yo.