Por este librito llegamos a Alfanhuí |
"En marzo y abril comenzó la abuela de nuevo con sus fiebres y sus tareas, y en mayo, las botas del abuelo volvieron a las arcas. Alfanhuí se calzó las alpargatas de caminante y partió sus dineros con la abuela:
–¡Adiós, abuela Ramona!
Alfanhuí tenía ahora el verano y el camino delante de sus ojos y pasó las montañas hacia el norte, a Castilla otra vez. Los caminos estaban poblados de pájaros y de caminantes. De los primeros segadores que bajaban del norte, a las cebadas tempranas; de carros de bueyes o de mulos, que paraban en los mesones de la carretera con sus cargas de carbón de encina o de alcornoque. Y esto ya lo decía un cantar:
Salamanca la blanca, ¿quién te mantiene?, cuatro carboneritos que van y vienen.
Los carboneros eran tímidos y cortos para contestar, y por andar con lo negro y porque nadie les robaba la mercancía, se sentían menos que ningún hombre. Formaban en los mesones su grupo oscuro en un rincón, o si había otros caminantes, se salían al sereno a fumar y a mirar la luna sobre la carretera. Las mesoneras echaban el vino con desprecio, porque en el verano todos los pobretones andan sueltos por los caminos. Tampoco los segadores eran gran cosa para las mesoneras, aunque venían de más lejos. Toda era gente dura que no pedía más que vino y pagaba lo justo y traía los huesos hechos a no pedir camas ni melindres"
El narrador de Alfanhuí, Rafael Sánchez Ferlosio, y la que fuera su mujer, Carmen Martín Gaite. Ambos escritores sobresalientes: él "coreano" y ella "charra" |
Aprovecho el episodio de carboneros, carros y recuas
para enmarcar este cantar apocrifado por mi padre -himno claro de la
charrería- en el trajín y el polvo que el camino lleva.
Con honor. Todo
aquello pertenece con honor al trasiego de personas, animales y
mercancías, todo aquello que abren los caminos al mundo es muy digno y venturado. Creo firmemente que es
así desde la noche de los tiempos, no solamente los históricos. El camino civilizó, amplió los horizontes, los hizo humanos.
Me interesa en particular la localización aludida (bien que ténuemente aludida pero reconocida) que atraviesa las
montañas y que serían aquellas -no puede ser otras- que las que separan
Salamanca y la Alta Extremadura. Sierra de Gata.
Coria y Sierra de Gata |
Ese trasiego tan corriente y tan
necesario entre dos ciudades romanas sin gobernador pero con obispo las dos:
Coria, el solar preciso de los
Sánchez (el padre falangista del escritor: R.Sánchez Mazas) con casa blasonada al lado de la catedral, y Ciudad Rodrigo,
patria del increíble farinato redentor.
Podemos imaginarnos la excitación del niño despierto
que Alfanhuí era, al dejar atrás las montañas que enfundan su mísera
tierra natal, pasar por la posada real del Puerto de Perales que allí
había y llegar a Castilla, a tierras de Salamanca.
Verse con esas boyadas gigantes del Rebollar, arrastrando carros, peinando bardas, labrando, encontrarse con esas recuas trajineras que subían aceite y bajaban grano, que subían vino o bajaban garbanzos. Tratar con esas gentes rudas del camino, esas bondadosas menestralas receptivas al melindre...
Todo un mundo mirado, todo un mundo cantado, todo un mundo soñado...
Salamanca la blanca fue, por cierto, una de las canciones predilectas de la escritora salmantina Carmen Martín Gaite (quien fuera ex-esposa de Sánchez Ferlosio), y sus sones se dejaron oír en alguno de los homenajes póstumos que se le dedicaron.