jueves, 24 de mayo de 2012

Canela volvió a nacer, yo soy su padre


Pareció que le había abandonado el hálito de la vida. 
Yo ya me despedía de ella con lágrimas en los ojos. 
¡Qué poco había durado nuestro idilio!

No habíamos estado nunca en el río de la Tejea, bastante más caudaloso  y torrencial que aquel al que avena, el río Ambroz que pasa por Hervás. 
El paraje era nuevo para ella, pleno de vida, estaba contentísima. Después de estar con los apicultores pasando los cuadros de las abejas desde los núcleos provisionales a las nuevas colmenas de madera; una vez que acabamos la tarea y pude quitarme la escafandra, estaba bañado en sudor. Como la invitación al río estaba tan próxima, no me lo pensé (no nos lo pensamos). Les dije a los compañeros, mientras recogeis nos vamos a pegar un chapuzón, os espero en el puente de La Tejea.

A Canela le chifla el agua tanto como a mí, además le había picado alguna abeja. Nos bañaríamos juntos en alguna poza y volveríamos a casa limpitos y relucientes.
Pero, ¡qué jodía la perra! ¡qué atrevida la ignorancia es! En cuanto sintió el trueno del agua despeñándose desde la montaña, allá que se fue corriendo. No anduvo dudándolo mucho, según llegó a una torrentera de granito pulido se deslizó por ella, igual que  un crío rueda por el tobogán. Escuché la zambullida. Se había caído en un caozo burbujeante, no hacía pie y se obstinaba en luchar contra la fuerza de la corriente que le hundía, podía más que ella.

Braceaba. Sacaba su cabecita para poder respirar, una, dos, tres veces... ¡qué mal pintaba la cosa! Me quité el pantalón, las llaves cayeron igual que la perra al agua, el calzado de mala manera también y me tiré a por ella lo más rápido que pude. Al meterme en el caozo ya no se le veía en la superficie, estaba hundida en el fondo, no pasaría más de un minuto. 

Moviéndome con las piernas pude notar la manta de su cuerpo inerte. Juro que temí lo peor y así lo creí cuando saqué su cuerpecito endeble hecho un guiñapo a la orilla. No respiraba, estaba impávida, su cabeza vencida, la vista perdida, la lengua fuera de su hocico cerrado... ¡Muy mala pinta!
Empezé a rugir por el infortunio, me culpabilizaba por no haberla apercibido, tan sólo quería que disfrutara y no había pensado en el peligro que entrañaba para esta niña inconsciente.

Veo ahora claramente que no era este el momento de su muerte, sin duda precoz, eso lo digo ahora, cuando sucedió vi la muerte. Quien tenía la llave en este trance se dio cuenta de ello, su destino era salvarse, no morir, permanecer conmigo. Ahora bien, aunque no quiero arrojarme méritos encima he de contar cómo fue posible salvarla, yo mismo no me lo creo, sería la fortuna, el destino, la casualidad del burro que toca la flauta... pero pude librarla de la muerte irremisible que le acechaba. 

Ya porque reaccioné de un modo decidido, aunque lo correcto sería decir desesperado, ya por los poderes del chamán, tranferidos a este humilde celador que trabaja por La Salud Democrática (LSD), lo cierto es que -aunque no tengo carné de socorrista- conseguí reanimar ese pequeño cuerpo inane. Nada ya podía perder con el intento. ¡Sí! De forma muy expedita le apliqué un fuerte masaje torácico, le abrí la boca lo más que pude, recogiendo su lengua, para que penetrara un soplo de vida. Seguí dándole al pecho hasta que vi que entornó los ojos, le abrí los párpados y su pupila, antes perdida, recobró la luz. Me miró, su cara más triste que una Magdalena. Su cabeza alicaída se enderezó.

Conseguí que echara algún espumarajo, pero su estómago y pulmones estaban anegados de agua. No se mantenía en pie, su  respiración era extremadamente débil y chirriante. Estaba aterida de frío. Pero había vuelto. ¡Sí! Volvió a la vida. Ahora me siento como su padre.

Y ahora mismo voy al veterinario


ella