viernes, 21 de noviembre de 2014

Декабрь в Москве 1993

fotomatón georgiano para las autoridades rusas
Moscú. Diciembre de 1993.
Andaba bastante apurado con la renovación de mi visado de estancia en Rusia. Quería quedarme un año más y mi propishka era de estudiante. De hecho, se había extinguido tras denodados intentos en varias ciudades de la región de Stavropol, la patria señera tanto de Andropov como de Gorbachov.
La pertinaz resistencia de las autoridades académicas de la ciudad de las cinco montañas me impedía obtener la propishka que tanta falta me hacia.
Tardé en comprender de qué iba el juego, lo cual me hizo iniciar un periplo por toda la provincia de Min. Vody y por las repúblicas nacionales aledañas: Karachevo-cherkesia, Kabardino-balkaria, Osettia del Norte... donde ya se estaba calentando el fogón. Eso sí, todo ello me vino muy bien para conocer de primera mano la cultura soviética (casposa y decrépita) que se derrumbaba y, en contraste, la miscelánea étnica (reluciente y orgullosa)... en el Cáucaso.

Nada. Las autoridades del OBIR solo estaban dispuestas ayudarme en este trámite cuando este gilipollas se dignara en aportar la generosa dádiva de 200$ -vsiatka- para una supuesta mutua de beneficencia de mutilados de la Gran Guerra. Unos auténticos chorizos, recuerdo todavía el nombre del decano de la Universidad de la ciudad de las cinco montañas, se llamaba Davidov y tenía la cara de cerdo, hinchada.
 Con la mitad de ese dinero, entonces el dólar gozaba de un cambio muy ventajoso, (no recuerdo cuántos miles de rublos serían) se podía vivir bastante bien, todo lo bien que se podía vivir en la ciudad balnearia a la vista del Elbrus donde Lermontov murió. 

Mi apariencia era plenamente caucasiana (ver la foto) y no lo podía negar... Nadie lo discutiría mientras no hablara demasiado, pues me decían que tenía acento armenio, sería porque se me pegó de vivir en su mismo barrio: Goropost... Otra vez, que me fui de excursión a la estación alpina de Prielbrusia, en Balkaria, no me di cuenta que llevaba en mi frente la braga verde que normalmente se pone para abrigar el cuello. Un paisano con indumentaria de camuflaje al modo que usan los cazadores me habló en lengua pastún (creo) porque creyó que era excombatiente de la guerra de Afganistán como él, que los muhaidines se ponían así cintas en la frente.

Lo que bien me venía para mimetizarme en el Cáucaso me jodía claramente en Moscú, de modo que no tardaron en detenerme al salir de la estación de tren, tan pronto puse los pies en la calle y entrar con mi mochila por la boca del metro. Sólo el reluciente pasaporte granate español podía persuadir a los guardias en este tipo de circunstancias engorrosas, algo recurrente cuando viajaba con impedimenta. Así como me salvaba en situación extrema del peligro rufianesco de los cuerpos de seguridad, suponía igualmente un señuelo para los dólares que todos suponían que portaba (raramente los tenía) y que todos codiciaban.

-¿Qué cojones haces aquí, sin paraguas, con la que está cayendo?!!

Yeltsin acababa -no hacía dos meses- de encañonar y reducir a cenizas el parlamento rebelde, cuyo presidente Jasbulatov (jurista checheno) se había estado resistiendo como un Shamil en la casa blanca, así llamada la sede del parlamento.
Ciertamente, no eran buenos tiempos para pasearse por las noches de los alrededores de Moscú (como dice la canción), hacía un frío endiablado al inicio de ese invierno, sentí por primera vez los 27º morozh y no tardé en comprarme la papaja que todavía conservo. Vi a algunos paisanos pescando alegremente en el Moskova haciendo un agujerito en el hielo, mientras le pegaban lingotazo va, lingotazo viene al Stolichnaya compartido.
No eran buenos tiempos, no, y menos con esta cara de culo negro, como nos llamaban a los del sur.
Comprobé cómo se desataba la inquina y la xenofobia contra los caucasianos en los mercados, en las estaciones...
El siguiente demonio no tardó en aparecer, sería Dudyiev, el primer general checheno, luego, líder de la abortada independencia chechena. La guerra saltó un año después en Grozny, en diciembre de 1994
Yo ya me había marchado.