miércoles, 1 de junio de 2016

El molino de Rignac no deja de moler

Antonio Montiel Quiñones. Navalsaz, 2015
Extraños recovecos
el corazón aguarda
y cuando digo aguarda
es que espera, y no espera.

Esperas que son resistencias,
nada grave porque nada es grave,
dolores soterrados por no reconocer
la sólida, la inmediata pérdida.

Pérdida que es verdadera
y cuando digo verdadera
es que es real, y no es real,
acaso creo, definitiva.

Definición de una visión concreta,
una esperanza artera
que aspira al mágico encuentro,
que no se ha de producir.

Ese encuentro donde la fuerza
se unce con la palabra,
donde esa palabra pierde dulzura,
si es que algún día la tuvo.
(pero hoy tienes valor de reconocer)

Sin embargo, hoy te recuerdo Amanda
y no quiero pronunciar tu nombre,
mis recuerdos se agrían con tu nombre,
porque era muy dulce a mis oídos.

Tan dulce nombre que me topo de bruces
con tu sincero desprecio y con fervor saludo. 
Lo saludo y me sabe a miel,
porque te has ido de forma tenue

Lo saludo y me sabe a hiel
porque no dejaste piedra alguna
 que pudiera recoger por espinoso camino.
Y digo, por fin, que quiere decir
que no es preciso fingir.

El molino de Rignac*, Aveyron. 11 Octubre 2015
*En realidad no era un molino. Dos días antes había pasado por aquí, pero el maíz impedía ver el palomar. Al principio pensé que era un molino que había perdido las aspas. Nunca tuvo aspas: las palomas hacían moler el molino.
Y no estamos en la Mancha