Con Reyes, Severino y Aladino. Salamanca 24 de abril de 2016 |
El acriticismo militante es nefasto, no ya para la izquierda, sino
para el propio pensamiento político. Supongo que esto procede de
alguna lectura temprana.
Y ahora echo mano de Isaiah Berlin, el pensador que nos apuntaba:
El paternalismo puede crear las condiciones de la libertad, pero niega la libertad misma.
Pensaba en el Estado. Si dejamos todo en manos de un padre provisor y protector, este
conseguirá un hijo malcriado, feliz y eternamente inocente, pero no
conseguirá convertir a su hijo en un ser verdaderamente libre. Igualmente, decía el referido I. B. en otro párrafo:
La libertad, para que no quede en retórica hueca, exige la ausencia de la intimidación o de la dominación del poder.
Ser libre no es nada, pero hacerse libre supone el mismo cielo.
Otros, muchos no se complican la vida, dicen:
Dame pan, y llámame tonto.
El actual acriticismo se manifiesta con claridad en la complacencia
indisimulada con la que la sociedad de las mayorías mira la
situación abiertamente injusta que el mundo vive y que ya todos
conocemos. No relataré los últimos episodios. En los ámbitos donde mejor podemos intervenir o hacer
llegar nuestra voz la situación no puede sustraerse a este hecho y
se perciben las renuncias porque, aunque no nos falta de nada, somos
más esclavos que nunca.
Reduciendo el foco, llegamos mismamente a nuestros hogares, a
nuestro trabajo o desempleo, a nuestra actitud como consumidores y ciudadanos, a
nuestra responsabilidad como padres (los que lo fueren), a nuestras
deudas contraídas con los bancos, etc. etc. El trabajo es más
precario que antes, consumimos mierda en el plato y en el parlamento,
abandonamos la responsabilidad para con nuestros hijos, los bancos
nos aprietan con gran regocijo, la especulación con los capitales
deja a los ahorradores en cueros.
La soberanía popular en los llamados "Estados del bienestar" (¿creen Vds. que todavía podemos
presumir de ello?) delega todos estos y más importantes asuntos en
instancias que corrientemente se nos escapan, pero se entiende que
confiamos en ellas porque existe un contrato cabal con el individuo.
El individuo no entrega su soberanía, la delega; no reniega ni se
desentiende de los intereses públicos (que se invocan en su nombre),
sino que cree que el Estado puede garantizar estos intereses y sus
derechos mejor que nadie, en bien de mitigar las fuerzas insaciables
del mercado. Y esto a cambio, claro está, de unas obligaciones y
unas normas que tenemos que cumplir.
Hay por tanto una división de poderes, una representación política
elegida por sufragio universal, una seguridad jurídica y ciudadana,
defensa… educación, salud y demás servicios públicos que nos
sirven para andar por casa, nunca mejor dicho, con el pijama puesto.
Creemos que es un buen trato si todos lo cumplimos, si los servidores
del Estado no se olvidan que actúan en nuestro nombre, si los de
arriba no se olvidan de la palabra mágica: SERVICIO PÚBLICO.
Pero en lo sustancial, el mundo globalizado no deja mucho margen de
maniobra. Ni los dirigentes políticos ni los propios individuos
pueden con las nuevas “leyes” de la globalización, que no
estaban en el contrato, porque realmente es al contrario, nos hemos
plegado sin habernos enterado y los dirigentes, aunque hablen de
soberanía nacional, se ven entregados a esa lógica, que les supera
y a la que acaban sirviendo como meros figurantes. Los políticos pintan muy poco, no nos engañemos.
Todo parece atado y bien atado, la política, concebida como servicio
es ya arqueología de la modernidad. Todo lo que valía se va
desvaneciendo, se privatiza, se mercantiliza obscenamente, a la manera
menos liberal que es la “neoliberal”. Se permite que la lógica del mercado y de los bancos, con instinto poco filantrópico y nada bondadoso, pueda
solucionar por si sola las necesidades del hombre y del planeta. Los
del G8 confirman que son unos títeres que dejaron de representar a
quienes los eligieron y el ciudadano, al menos en las sociedades
avanzadas, se ve reducido a una condición servil y apática,
convertido en mero consumidor de bienes y males. En las menos avanzadas luchan por la supervivencia, cuando no huyen de las guerras o de la miseria.
En lo que respecta al resurgir de las conciencias, nos gustaría
intervenir mucho más, porque la globalización nos afecta muchísimo,
a las personas, a la salud, a la vida, al planeta en suma. Por ejemplo, nos gustaría intervenir en la política que ejercen los
EE.UU. pero no podemos intervenir en las próximas elecciones
presidenciales norteamericanas, ya que son sus ciudadanos los que
pueden y deben hacerlo. En Europa, esa idea pancontinental, un brindis al sol.
Si el mundo entero pudiera votar en aquellas elecciones, cambiaría sin
duda el gobierno del que más manda en el mundo, a juzgar por todo el
daño que hacen y la enemistad que recogen all over the
world1.
Se evidenciaba en esa magnífica película “Una tierra de
promisión” de Win Wenders, después del 11-S, cuando el americano
medio preguntaba por qué se le odia tanto en el mundo.
Si el mundo entero, al que afecta tanto lo que dicho gobierno hace o
deja de hacer, pudiera intervenir, elegiría a Groucho Marx (antes
que a Karlos…) como presidente y a Harpo como vicepresidente: el
poder judío estaría salvaguardado, ganaríamos mucho en el aspecto
cómico, pero al menos no sería tan patético como con Bush Jr.
Si el mundo entero pudiera intervenir, lo haría sin duda con una
sola voz en esa revisión de Kioto que se fragua en Bali y no dejaría
que los poderosos siguieran jugando con la supervivencia del planeta…
La miopía que nos ofrecen el G8 y los gigantes que llaman a la
puerta del desarrollo capitalista (China, India, Indonesia…) es
igualmente patética, pero todos somos en mayor o menor medida
responsables, por acción o por omisión.
Recuerdo, de los tiempos de la fe, que había también pecados por
omisión, estos son los que provienen por el dejar hacer, por permitir o por no
obligar a que hagan lo que queremos a aquellos que nos representan, o
sea, por el acriticismo, por la complacencia. Y no digo que la
alternativa sea la lucha armada revolucionaria, felizmente conducida
al fracaso por imperativo histórico. Pero, ¿por qué pasamos tanto? ¿Por comodidad? ¿Por qué estamos
enfrascados en el trajín diario de nuestras existencias egoístas?
No podemos dejar las cosas importantes en manos de esta versión
cutre de la clase política, que en el mejor de los casos, en nuestro
sistema de libertades políticas, tienden compulsivamente a confundir
al ciudadano con el votante y a este con el consumidor. No somos
peces del caladero electoral que una vez obtenido lo que quieren, eso
que para ellos es un cheque de gobierno, se largan a la estratosfera.
Como decía aquél en otro contexto y perdónenme por la comparación:
Prometer hasta haber metido, una vez metido, nada de lo prometido
Tras todo este statu quo al que llamamos “sistema” vive agazapada toda una clase
política dirigente, cada vez más alejada de la realidad y más
convenida con sus culos en las poltronas. La realidad son todos los
problemas que vive la inmensa mayoría de la gente y la clase
dirigente nos demuestra cada día que viven en otro mundo, a juzgar
por lo que dicen y hacen. Sólo se mueven realmente cuando despierta
algo en la sociedad adormilada, lo que significa que algo está
fuera del guión y entonces corren raudos en dos sentidos diferentes
pero con idéntico resultado: 1) reprimirlo 2) fagocitarlo 3) anularlo. No nos equivoquemos ahora con los espejismos: el
poder nunca regala nada.
Usurpan la verdadera democracia, la raptan, y hacen al cabo de ella
un uso patrimonial, como los señoritos en su fincas. Esto lo hacen
todos los que tienen vocación de poder en cuanto les llega su
irresistible fragancia, ya no les gusta el polvo de la viruta, dejan
de pasarse por el mercado, no van al ágora (¿qué ágora?) en favor
de una corte de aduladores o un ejército bien pagado y aleccionado.
En este sentido todos operan del mismo modo, partidos llamados de
izquierda instalados como lapas en el poder, operan del modo en que
tradicionalmente lo hace la derecha, que en este país, como se sabe,
hicieron del poder su feudo natural. ¡Qué extraños se sienten cuando están fuera!
La base social para mantener esta feria tiene que ser bien ancha y
ramificada, constituida por estómagos agradecidos que no osarán
nunca cuestionar tal o cuál política, por inadecuada e injusta que
esta sea, pues de esta base sólo se pide su adhesión inquebrantable
a la política dictada y al líder.
Sin ser crítico no se puede ir a ningún lado, algo en el estanque
se pudre y se reproduce lo peor.
Ser de izquierdas no significa estar en contra o competir con la
derecha (esto es algo incidental) ni significa estar a favor de lo
que se llama el progreso social (esto también lo reivindica la
derecha). Ser de izquierdas, definitivamente, representa no ser
complaciente con el poder, sea quien sea quien lo ejerce. Y de este
modo siempre hay causas por las que luchar, motivos de injusticia, de
pobreza, de solidaridad, de amor (sí, amor!) por los que merece la
pena rebelarse. Como a el Quijote, ¡¡quién lo diría!! ser de
izquierdas no hace mejor a las personas, pero las coloca en un buen
camino:
¡¡Y bien seguro de que te darán en los dos lienzos de la cara!!
Esta actitud representa en si misma un acto de resistencia, que no
obedece a directrices, sino a conciencias individuales. Lo que hay que hacer es unirlas, esas conciencias libres. Viva el pensamiento libertario!
Hervás 16 de diciembre de 2007
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A lo largo y ancho del mundo
PS: Ironía. No conocía entonces a los que aparecen en la foto, tan solo al que trabajaba en el banco, que me abrió mi primera cuenta bancaria y hoy, modestamente, se enfrenta a ellos.