viernes, 9 de febrero de 2018

Así no podemos seguir 0. Crisis del sistema

Rich man, rich poor (sic)

Ya estoy convencido de que todo lo que nos concierne es puro negocio, impuro. Que más allá de las mercancías habituales relacionadas con objetos y servicios, todos los factores de producción que inciden en la economía, como la tierra, el trabajo o el capital son todo negocio, reducibles a eso. No Hay Nada que no lo sea, nada. Si existe es porque es negocio. Si no existe es porque no lo es.

¡El Capitalismo hace de todo negocio! Incluidas las personas. La salud y la muerte; la educación y la cultura; los cuidados y los descuidados; la seguridad y el orden; los polis y los ladrones; la beneficencia y las prisiones...

Ya nuestros propios pensamientos de forma involuntaria, casi voluntaria  o voluntaria abiertamente, a través de las putas redes sociales (nunca mejor a cuento lo de redes) son entero pasto del negocio de datos e información dominante. Reducidos a algoritmos y metadatos somos ya inscritos y evaluados: negocian con nosotros y nos controlan con ello. Y con los sentimientos ocurre otro tanto, como podemos ver en esos degradantes programas de explotación/ exhibición de sentimientos, bondades o truculencias en las TVs: todas.

Entonces, cuando no quede nada más nada explotable de nosotros entonces lo habremos perdido todo, de lo mucho común que teníamos no nos quedará nada. Y de lo íntimo propio, por supuesto, lo sabrán todo.

El nido prolífico de lo común fue clamorosamente vaciado, igual que el planeta, lo que algún día fue de todos ha sido expropiado de forma firme y meticulosa... De modo tal que solo nos queda la subversión ante la magnitud e impiedad del atraco perpetrado.

Nos la han metido doblada, muy doblada ¡Sí! Con mucho gusto y agradecidos parecen estar muchos. Nos permiten acceder a la propiedad pero sólo en términos de contento individual, algo que pueda ser comprado y vendido, cambiado como cromos, pero no en términos de bien público, que es lo que une y cimienta la comunidad.
Propiedad para favorecer y potenciar lo privado y privativo. Ampliar las desigualdades y miedos entre los que somos iguales y compañeros.

O sea, que procuremos afanarnos en la lucha por el tener, en lo competitivo en todos los órdenes, pero no, no en lo colaborativo, aquello que ayude a desenmascarar el fraude del sistema. Que vayamos con sus reglas tras la conquista del poder, tras la conquista del empleo por más mierdoso que este sea, tras nuestra pensión fetén, tras nuestra educación o sanidad privadas, etc. Que siga la explotación de los recursos, competitivos en el lenguaje y en todo lo simbólico. Todo convertirlo en capital, bien mercante.

El régimen llamado democrático, para consolarnos nuevamente, no es más que una representación burda e infantil del sistema que nos aliena como seres humanos y como ciudadanos ( seres en comunidad o comunión)

Ese sistema, aciertan ustedes, se llama capitalismo, capitalismo desbocado ya, descontrolado, enfermo y agónico, basado en la desigualdad y en la obsolescencia. Si algún día el capitalismo fue humano (cosa que dudo) porque el interés y la ganancia lo son, sin duda perdió su humanidad con este grito inclemente de la globalización...
El sistema nos conduce imparable no de forma ciega y cateta sino de un modo alevoso y premeditado, calculado, al colapso. Pero no a un colapso cualquiera sino a un colapso civilizatorio: el fin del antropoceno.

Las élites económico-financieras que gobiernan el sistema son metafísicamente extractivas, élites voraces que están educadas a aprovecharse del esfuerzo histórico de generaciones de hombres y mujeres trabajadoras de todo el mundo, gentes desgraciadas, muchas sin saberlo, que hemos perdido la conciencia de lo que fuimos como comunes e iguales porque nos ha penetrado el virus de la separación egopática del cuerpo social.

Ellos, las élites que nos conducen, son los ricos de toda la vida. Y más empoderados que nunca, de entre ellos los más ricos, los que están ganando la partida por goleada, la verdadera lucha de clases frente a los pobres que creían haber levantado alguna su voz. Los parias de la tierra que decía Marx que íbamos a ganar la historia vivimos hoy acomplejados, paralizados y adormecidos por el miedo o el afán de poseer.

¡Es una pena! Porque vivimos en una casa hermosa y capaz, pero nuestra civilización, finalmente, ha construido un mundo infame, enfermo y desigual.
ENGORDAR PARA MORIR