sábado, 29 de septiembre de 2012

Esperancia...

Por Alagón
Ahora busco los rastros de la eternidad en los gemidos de la luna, desnuda e intrépida, encallada en su halo de seda.
Ahora busco la estela del amor en tus labios gastados por la tempestad, en tu orgasmo lívido, en la sombra del ciprés hecho silencio, materia anodina.
Ahora busco las vocales y los suspiros bajo la tierra húmeda de este otoño peregrino que anuncia con furia sus intenciones en estado de embriaguez.
Ahora busco las señales del amor, siguiendo sigilosa los pasos de la desilusión.
Exhausta por el dolor, cierva levantina, rastreo las huellas del temporal que arrastró nuestra viña hacia las fauces de la nada.
Ahora busco la herida, agria y sagaz en las tinieblas de tu ausencia, lamiendo con voracidad sus grietas, sus fonemas, sus algas venenosas.
Ahora busco el amor dolorido, el afecto, el orgasmo irreverente, las caricias rotas, la palabra que quedó en barbecho.
Ahora me pregunto por la caída de la ciudad sagrada, por la toma del templo, por el saqueo de los iconos, por la fuga de los dioses.
Desnuda ante ti, desprovista de ingenio y de orgullo, me dejo llevar por el desgarro hacia la orilla. Mas no peleo contra las sirenas, adolezco de brújula, no desafío a los Cíclopes del Alejandrino, no busco la senda de la eternidad. Me dejo arrasar por el deseo del náufrago, atisbando a lo lejos el humo nostálgico de quien tuvo un hogar y se abandonó al silencio.
Ahora busco la balsa tardía, el canto lejano de aquella Circe execrable que sopló hiel en nuestro espejismo volátil y esparció nuestras cenizas por el piélago ácido.
Ahora tomo el camino hacia mi Ítaca, exento de aforismos y de velas soporíferas.
No hay Ulises, ni Penélope. No existe la isla misteriosa del rapsoda invidente. No existe más que el silencio. Un lecho de cristal, amalgama umbrío de promesas y sueños destinados al vacío. La cámara lenta de una aventura ambigua en términos de raciocinio rupestre. La perspectiva de un nuevo viaje hacia tierras cálidas, hacia playas de arena y voces de niños que alzan sus castillos contra todo pronóstico de cataclismo subliminal.
No hay antes ni después.
Sólo el llanto del búho, las lágrimas de la pérdida, tus besos lactantes sobre mi rostro de barro.
Sólo el huerto, el semillero de la soledad, una nube despistada en el horizonte anónimo, un amor a la espera…

M.M.
29/9/12