lunes, 16 de abril de 2012

Recuerdo de Paco "El Gorgo" y de allí al recuerdo de Madrí

(He encontrado esta foto de Paco en una de sus actuaciones. El también era algo músico.
Fte: Noticias Comarca Alhama-Linares. Junio 2010) 

 Al amigo Paco Heras, más conocido como El Gorgo, le descerrajaron varios tiros al regresar de sus vacaciones en el inicio de la campaña de incendios de hace dos años. El loco, compañero de trabajo que le mató, le tenía inquina al parecer, y la tomó con él. Para mí fue un mazazo muy gordo porque había estado hablando con él por teléfono dos días antes. Apenas nos veíamos por la distancia pero manteníamos incólume nuestra amistad. Yo andaba hecho una pena, sicológicamente hablando, extraditado en Villanueva de la Serena (profundo Badajoz, le llaman la Siberia a la zona) y me animaba con su "serenidad rijosa" y un próximo encuentro prometido pero que no pudo llegar. El siguiente viaje a Arnedo que hiciera sería para dar el pésame a su desgraciada familia.
Lo de llamarle Gorgo le venía por lo vivaracho que era, como un gorgojo, un alias que le venía al pelo; era menudo aunque fuerte y ágil y tenía un afilado perfil de pájaro; no paraba quieto y no se callaba ni debajo del agua, siempre contendiente. A lo largo de su truncada vida fue perfeccionando sus dotes innegables de hábil seductor, sin embargo los últimos años le vi mucho más apaciguado. Dejó mujer, de Cornago, y dos hijas pequeñas. 

Estaba enamorado de la finca que se había comprado en la parte del Planarresano, en Arnedo, y allí pasaba sus muchas horas libres, con sus cultivos, sus gallinas y planes varios. Era ciertamente un personaje altivo, no mostraba debilidad ante nada ni nadie, amigo de sus amigos, pero también enemigo de sus enemigos, ganados no por faenas propias sino por ser objeto de envidias o maledicencias.

Nacido en una humilde casa, su padre procedía de un pequeño pueblo de las Tierras Altas de Soria, Estepa de San Juan, del cual emigró a finales de los 50 o principios de los 60, penúltimo en una numerosa prole, aprendió pronto el arte de la supervivencia. Lo que más me gustaba de él, aparte de su buen humor y chascarrillos con los que nos deleitaba, es que no tenía complejo, o sí, por su baja cuna. Despreciaba a los ricos, pero más que a los ricos el adorno que hacían de su vacua intelectualidad o fuste. Él tenía una muy buena cabeza, y rápida, y se daba cuenta que las diferencias sociales -que él no respetaba- eran una estupidez impuesta en parte por la tradición servil de los menesterosos. Amaba profundamente la vida, era un disfrutón que fue evolucionando hacía la contemplación con la madurez en cuyo umbral se hallaba.

No sé exactamente cómo nos conocimos -yo era mayor que él en uno o dos años- pero fue muy al principio de llegar a Arnedo en el 73 o en el 74, con 9 o 10 años. Lo seguro es que tuvo lugar en su barrio, en alguna de mis primeras incursiones por la zona del Calvario y las Cuevas del riojano, donde él vivía por encima. Entonces había mucha gente menuda por allí, jolgorio por las calles (algunas de tierra todavía), se jugaba en las eras al fútbol, a pelota mano en el viejo frontón de la Fuente de Santiago, se hacían cuadrillas entre los chiquillos para hacer las peñas y el zurracapote, etc. También recuerdo que se hacían tareas de calzado en los bajos y portales de las humildes casas; había gallinas, cabras, perros ladrantes, bodegas olorosas que perfumaban con su aliento nuestros juegos callejeros...

Gorgo era una persona muy despierta, de las personas más observadoras y curiosas que he conocido. De hecho, su falta de formación académica era suplida ampliamente por ese su gran poder de observación. Había dejado la escuela para ponerse a trabajar pero luego pudo sacarse su capacitación forestal, creo que en Almazán, Soria. Podría contar anécdotas que dejaron pasmado a más de uno. A mi madre, por ejemplo, nada más conocerla cuando fue a buscar la bici que yo le prestaba, le espetó. "¿Vd. tiene dentadura postiza?" y le dejó  planchada de una pieza. ¿Será posible el descaro del gorgojo? Ya digo, no se cortaba. Estoy casi seguro que éste se acercó a mí porque llamé su atención. Yo era para él desde luego un bicho raro, un niño de ciudad que no había visto antes: no decía palabrotas como los demás, ni el famoso cago en dios ni en la virgen o en el copón, que todos repetían como mantras con absoluta naturalidad. Se sentía un poco el principito del barrio y lo conseguía no por la fuerza del matón (que no lo era) sino por su gracia y capacidad de liderazgo. Como compartíamos ambos devoción por el fútbol rápidamente entablamos amistad aún perteneciendo a mundos y estratos diferentes: competíamos por la dirección del juego en el centro del campo. 

Yo aprendí mucho de él y creo que él también de mí, ya que también le ofrecí entrar en el mundo al que no pertenecía, que supongo sentiría vedado, de la pequeña burguesía local. Empezamos a bajar juntos a los campos de fútbol de las profesionales (las escuelas de oficios) donde iban los que terminaban la escuela y no iban ni a las fábricas ni podían aspirar a estudiar bachillerato en el instituto, mucho más exigente para las familias trabajadoras porque requería una inversión de tiempo de plazo más largo mientras que el recurso del trabajo y el parco dinero rápido estaba al alcance de la mano. Decía bajar a las profesionales porque ese centro de formación estaba cerca ya del río Cidacos en la carretera que va a Turruncún, poco antes de llegar al puente grande y antes de la fábrica de Los Sevillas, donde trabajaba mi padre en las oficinas. A veces también parábamos en el frontón grande que esta empresa tenía en su solar fabril. El portero, Dámaso, consumado pelotari como su hijo homónimo, nos dejaba pasar a los muchachos a jugar. Se nos inchaban nuestras pequeñas manos ya que las pelotas eran muy duras, pero decían que así se hacían más grandes y fuertes...

Me veo tentado ahora a hablar del perfil sociológico del emigrante que llegó a Arnedo con el aluvión de aquellos prodigiosos años, cuando hacía falta tanta mano de obra para satisfacer la actividad manufacturera del calzado; yo desde luego no cumplía ese perfil habitual aunque técnicamente también era un emigrante más. La mayoría eran andaluces y sorianos que huían de la miseria rural de sus tierras. Nosotros, mi familia quiero decir, veníamos de Madrid, a donde también habíamos emigrado en un paréntesis de tan sólo dos años siguiendo los destinos de mi madre, profesora de instituto (determinada ya a dejar la gran capital, donde su salud mermó bastante a causa de una pleuresía) Para mis padres era la segunda experiencia en La Rioja: antes, recién casados, habían recalado en Calahorra donde yo seguramente fui concebido y pasamos los primeros años familiares. Mi padre volvía ahora a trabajar como jefe de ventas de la más importante fábrica de calzado, Los Sevillas, que ya he mencionado, y mi madre a su docencia de griego y latín en el naciente Instituto de Bachillerato, del que acabaría siendo directora.

Nosotros huíamos del ciclón de la gran ciudad que aparte de la merma en la salud de mi madre supuso un notable desarraigo para todos nosotros. Aquellos años madrileños parecen una ventana oscura y casi vacía en nuestro curriculo familiar. Entonces veíamos poco a nuestros padres en el día a día, estábamos "seminternos" en un colegio cercano a nuestra casa en el barrio de La Prosperidad, donde nos quedábamos para comer, mi madre trabajaba en un barrio bizarro del extrarradio, creo que Canillejas al que tenía que ir cogiendo el famoso autobuis P-2 y mi padre en San Sebastían de los Reyes con gafas Barbudo, al norte de la capital. Tras el cole estábamos en el parque de abajo de casa jugando al fútbol o bien íbamos algún día al gimnasio Moscardó, donde nos iniciamos en la práctica del judo.

Entonces mi padre usaba perilla, a juego con las gafas barbudas y fumaba en cachimba. Se parecía a Balbín, el del programa de La clave, el mejor programa de debate serio (cultura y política) que nunca hubo en televisión española, cuando Pedro Macía, hoy finado, presentaba los telediarios. Mi padre, aunque era y es de derechas, parecía (esto me he dado cuenta después, claro) del núcleo duro del comité central del PCE o abogado laboralista, alguna vez (pocas) le ví que compraba Triunfo o Cuadernos para el Diálogo. Políticamente hablando lo más destacado fue que asistimos en Madrid a los estertores de la dictadura, años de plomo y malas caras. Recuerdo vivamente el impacto público del bombazo que le pusieron a Carrero en el 73, en Claudio Coello y la preocupación general posterior, cuando el "general" ya chocheaba y dijo aquello tras el asesinato de aquél: "no hay mal que por bien no venga" y otros empezaron a cantar aquello que decía:

Siendo Carrero ministro del Mar
su gran deseo fue siempre volar.
Y Carrero voló, voló y voló
(en efecto Carrero voló más de 4 pisos

Por otro lado, volviendo al fútbol, alguna vez fuimos a Getafe para ver jugar a la Unión; escuchábamos con emoción por la radio en las tardes de los domingos las noticias de nuestro equipo de Salamanca, la UDS. Luego nos llegaba a casa El Adelanto, al que estábamos suscritos, con la crónica gráfica del último partido. Ese año, el 73, quizá por nuestra devoción, la Unión Deportiva Salamanca ascendió por primera vez a 1ª División. El mérito, creo que poco común, fue que tan sólo un año antes estaba en 3ª jugando con el Quintanilla de Onésimo y equipos de este jaez. Ya lo hemos dicho en otra entrada, jugaban:
Aguinaga (portero vasco en la puerta) Néstor, Huerta y Diego (en la defensa) Robi, Carmelo, Cadalso, y Lacasa (en la media) y Chávez, Muñoz y Sanchez Barrios (en la delantera) Había tres o cuatro con barbas.
Una vez fuimos al parque de atracciones, otra vez al circo de los Tonetti y otra al zoo, donde dormitaban unos leones escuálidos
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