“Nadie puede invocar la resolución pacífica de los conflictos, |
Josep Borrell, jefe de la diplomacia de la U.E.
Intervención ante el Parlamento europeo 01/03/22
-I-
Ya se cumplió un mes de la guerra en Ucrania, no es motivo de celebraciones, pero hay una cosa cierta: los medios se vuelcan con la guerra hasta la extenuación, anulando o dejando al margen otras historias, otras noticias que comprometen a los políticos que nos gobiernan, las historias que dejan sin acabar u olvidan oportunamente. Todos los medios acuden a la carnaza de la guerra como buitres, porque en ellas es donde se puede propagar con facilidad el relato culposo o el victimista según interese al bando que acompaña. Hay algo en las guerras que al público expectante nos provoca al mismo tiempo atracción, odio y espanto. ¿Pero por qué no van más allá, por qué no indagan, por qué no analizan, por qué no explican las razones, las motivaciones por las que se ha llegado a esta barbarie?. Una guerra no se monta en un sólo día. Indagar en la Historia, desarrollar argumentos fundamentados, buscar o encontrar explicaciones alternativas al relato mayoritario parece una labor mucho más ardua, complicada e incómoda para los medios en las circunstancias del contexto bélico que atienden. Exige de los reporteros una formación y un conocimiento que no disponen y, en cambio, un analista crítico que lleva décadas observando y exponiendo el conflicto se arriesga a ser considerado de inmediato como un informador políticamente incorrecto,
La mayoría de los medios de prensa y comunicación compiten entre sí y se hartan de informar al público a cerca de las barbaridades y la destrucción que acompaña a la guerra en las ciudades mártires, los movimientos de las tropas rusas para conquistar los puntos neurálgicos del país, siguen la evolución de los avances o retiradas de las fuerzas rusas hacia los objetivos militares trazados por la invasión que son la conquista del E y el S de Ucrania, estableciendo un corredor territorial desde el Donbás hasta Transnistria, pasando por Crimea. La inesperada resistencia ucraniana a la invasión, los civiles y militares que se esconden en ciudades sitiadas sin abastecimiento, sin agua y sin energía como Mariupol; víctimas civiles y militares que no se pueden verificar, y la gente huyendo de las ciudades como sólo antes habíamos visto en la II Guerra mundial o en regiones más pobres y remotas. En los países europeos de acogida vemos imágenes de miles de refugiados ucranianos que son bienvenidos por parte de la U.E.
La guerra, una vez más,
vuelve a convertirse en un espectáculo cruel, un despliegue inusitado donde cualquiera
puede tener la oportunidad de rebozarse en la tragedia y ofrecer una visión frívola (o dramática), en consonancia a los reality shows que salen a continuación en la misma cadena telesiva, con la banderita ucraniana en una esquina co o muestra de solidadridad. Existe un evidente interés de los medios por alzar la propaganda o la contrapropaganda que acompaña la información mediática;
la ocultación de la presencia de banderas falsas en distintas acciones militares fuera o dentro del control de la cadena de mando militar, unidades militares privadas o independientes, como chechenos, árabes, neonazis o "brigadistas occidentales". También nos muestran los despreciables crímenes de guerra que son achacados única e invariablemente a los enemigos de los EE.UU, etc... En las guerras no hay inocentes, se cometen siempre crímenes de guerra.
Aquello que nos parecía increíble no hace tanto tiempo hoy es real, obscenamente real. Hoy ya es tarde para las justificaciones, se ha llegado demasiado lejos, no hay vuelta atrás y parece un propósito ingenuo querer hablar ahora de algo que era tan real no hace tanto tiempo: aquella realidad de la convivencia abierta de los pueblos en el mundo soviético, cuando ni siquiera se hablaba de los matrimonios mixtos entre ucranianos y rusos. Ahora, precisamente por la guerra, estamos obligados a hablar de aquella convivencia pacífica, debemos hablar de los estrechos vínculos culturales, religiosos y familiares que han unido y unen a ucranianos y rusos desde sus orígenes en la Rus de Kiev. Parece que esta labor es titánica, anacrónica o tardía, que carece de importancia... pero es importante. no debemos permitir que los tambores de la guerra ensordezcan todo lo demás.
Hoy los hermanos, los amigos, los vecinos que ayer tendían la ropa juntos en los patios de los bloques de viviendas hoy destrozados se presentan en los medios como enemigos acérrimos creados de la noche a la mañana, irreconciliables. ¿Y las parejas, él es ucraniano, ella es rusa, qué son sus hijos?... Esto ya lo vimos durante los años noventa con otras guerras en los Balcanes y el Cáucaso, entonces nos dimos cuenta de lo débiles y vulnerables que podían ser las costuras de la convivencia entre pueblos bajo los imperios. No supimos, no quisimos poner el freno a tiempo cuando el enfrentamiento se desató. Pero había freno, los avisos no se escucharon.
Así, cuando el ejército ruso decide invadir el país vecino a finales de febrero tras diversas maniobras rusas en la frontera con Ucrania, no creíamos que esto podría suceder de forma tan frívola porque sabíamos la magnitud que el conflicto podría alcanzar, incluso la inteligencia americana estaba convencida de ello, lo había anticipado para el día 16 del mismo mes. Eso quiere decir que los análisis de los geoestrategas de los EE.UU, de la OTAN y también de Rusia conducían ya sus fichas en el tablero hacia una guerra irremediable; claramente quería decir, que aunque lo ocultaran, no quisieron evitar la guerra antes, cuando se tuvieron herramientas para hacerlo. Mucho más al contrario propusieron una guerra absolutamente suicida, inútil y dolorosa para todos.
Vemos que de nada sirven la Geografía y la Historia, su conocimiento analítico, sus lecciones históricas, cuando desde el poder las dejan huérfanas y sin explicaciones, cuando los militares que toman el mando traducen a los mediocres liderazgos políticos que no existía ya espacio alguno para el diálogo, para la conquista de la Paz, para la resolución no militar del conflicto, toda vez que Putin, se excusan, ya escogió el camino equivocado de la guerra, dejándonos tras sí la semilla del odio, el oprobio de la guerra que tan difícil es de limpiar.
¿Cómo es posible que dos (pueblos) hermanos eslavos, vecinos, algo similar o más fuerte incluso a los vínculos que nos unen a los españoles con nuestros queridos vecinos ibéricos, los portugueses, hayan podido llegar a este enfrentamiento cainita?
¿Cómo es posible? -Nadie se lo podría explicar: es una dinámica que realmente es ajena a la vida natural de los pueblos, que escapa al entendimiento y a la lógica de la convivencia humana. ¿Qué han hecho entonces los actores políticos, líderes de sus respectivos países, sean democracias o no? -Han desempeñado políticas claramente inadecuadas para la Paz, ponen en marcha y en altavoz relatos nacionales idealizados que sirven a unos intereses de poder concretos, intereses que desbordan la voluntad de los pueblos que sólo quieren vivir en paz. Sólo pueden ser explicados -no justificados- dentro de en un marco geopolítico mucho más amplio, en este caso el que se juega en el tablero europeo entre Occidente y Rusia, y aún más, contando con China, en el tablero euroasático.
Existe una certeza: los ucranianos están padeciendo la cruel e injusta agresión ordenada por Putin. Es algo incuestionable, pero el relato de lo que sucede nos queda expuesto a la opinión pública occidental de una manera tan burda y simplista que nos empuja, jaleado por fuertes aparatos mediáticos de propaganda, a hacer una lectura demasiado maniquea del conflicto. De algún modo se recurre al relato hollywoodiense, la película conocida de “los buenos y los malos”, donde se nos conduce ineludiblemente a donde quieren exactamente que vayamos, al odio. Nuestras simpatías no pueden menos que dirigirse -por pura lógica emocional- hacia la parte sufriente que es la víctima directa de la agresión: los ucranianos, los que quieren estar con nosotros, dicen. Descontando -obviamente- que los otros, los que son los malos de la película ¡solo pueden ser los victimarios rusos! también son víctimas de la tiranía en su país y viven sometidos desde hace dos décadas a fuertes aparatos de propaganda y represión por parte del poder autocrático del Kremlin representado por Putin y convertido su país, como fuera en el pasado soviético, en una dictadura donde la oposición, la disidencia, el pacifismo, la lucha por la libertad de expresión o los derechos humanos son castigados severamente.
Hasta aquí todo podría parecer comprensible, pero hay más, algo que los medios se cuidan en no contar, porque sería vano esperar a que Occidente hiciera la autocrítica que nunca hizo, que analizará su propia conducta y responsabilidad en esta penosa historia. Lo que no cuentan los medios -o muy pocos lo hacen- es precisamente el papel vergonzoso que han desarrollado las políticas occidentales en los últimos tiempos en Europa Central -con EEUU a la cabeza, seguida por la OTAN y la U.E- con el fin de aislar en lo más posible de forma notoria a Rusia dentro del contexto no ya europeo sino también internacional. Promoviendo políticas de aislamiento o potencialmente de agresión desde una OTAN ampliada hacia el E, aún a pesar de destacadas advertencias como la del exsecretario de estado americano Henry Kissinger, nada sospechoso de parecer una paloma de las relaciones internacionales, hacerlo aún a sabiendas del peligro que entrañaba provocar a un oso dormido que podía despertarse con hambre. Rusia, potencia continental euroasiática con notables recursos naturales, no podría ser eternamente débil.
¿Acaso podían desconocer los ya mencionados actores occidentales los riesgos a los que podía conducir la continuidad de tales políticas de aislamiento o amenaza a los intereses geopolíticos rusos en su patio trasero? -No, no podían desconocerlo. Y efectivamente, los medios tampoco cuentan ahora -o muy pocos lo hacen- toda la serie de acontecimientos políticos y geoestratégicos previos al estallido del conflicto armado y su posterior e irrefrenable escalada.
¿Acaso seríamos capaces de comprender en Occidente la lenta generación de este conflicto en Europa Central si no se hubieran producido antes las distintas ampliaciones de la OTAN y la UE hacia el Este? -Es improbable. ¿Acaso no se dejaron las puertas abiertas de par en par, de forma un tanto descuidada, para que se abriera paso sin dificultad alguna un conflicto que ya no sería de carácter local, regional o nacional entre ucranianos y rusos, sino que adquiriría un carácter internacional y/o mundial? -Es imposible no reconocerlo, a no ser que seamos absolutamente miopes.
Hoy sabemos de sobra cómo se empiezan las guerras, pero tercos queremos desconocer en qué condiciones se sale de ellas, el alto precio, injusto y desafortunado, que todos tenemos que pagar. Unos más, otros menos todos tenemos que pagar esa cuenta, que incluso pasamos a nuestros descendientes. Aun así algunos criminales estimarán que salen ganando mucho si consideran que por lo menos el enemigo pierde más que ellos.
De primera consecuencia, ya estamos viendo cómo los países más ricos, que son los occidentales, entramos en recesión y en crisis energética, lo que no impide que a la vez aumenten de forma alarmante sus presupuestos militares y, de entre ellos, cómo los admirados países europeos neutrales, más o menos pacíficos, pasan a ser beligerantes, tales como Suecia y Finlandia llamando a las puertas de la OTAN, mientras que la tibia Alemania se nos muestra muy capaz ahora de ponerse el traje belicoso al que se obligó a apartar de su armario después de la experiencia terrible de Hitler.
La directa consecuencia de estas políticas militaristas generalizadas es que traerán sin duda mayor pobreza y desigualdad para todo el mundo, menoscabando todos los esfuerzos globales habidos hasta ahora -de suma y vital emergencia- que ya deberían haber sido destinados a los fines más constructivos que la convivencia pacífica requieren y se exigen a nivel planetario con toda celeridad. Alguno de estos esfuerzos son la lucha efectiva contra el cambio climático y el calentamiento global, la agenda 2030 de la ONU para lograr el desarrollo sostenible, la igualdad de hombres y mujeres, el final de la pobreza y las pandemias y muchas más… todas ellas prioridades que vuelven a ser olvidadas y de nuevo postergadas.