El molino de Rignac
Extraños recovecos
que el corazón aguarda,
que cuando digo aguarda
es que no espera,
y no espera.
Son esperas que son resistencias:
nada grave
porque nada es grave.
Son dolores soterrados
por la sólida e inmediata pérdida.
Es la pérdida que cree ser verdadera,
y cuando digo verdadera
es que es muy real,
acaso definitiva.
Es la definición de una visión concreta,
una esperanza artera
que aspira con inutilidad
al encuentro mágico
que no se ha de producir.
Ese encuentro donde la fuerza
se unce con la palabra,
esa fuerza donde se pierde toda su dulzura,
si es que algún día la tuvo.
Y hoy encuentras el valor de reconocer.
Hoy, por ejemplo,
te recuerdo sin nombre
(no quiero pronunciarlo ni escribirlo)
Mis recuerdos se agrían con tu nombre
ya que era muy dulce a mis oídos.
Tan dulce nombre era
que me topo de bruces con él,
con su sincero desprecio
que con fervor saludo.
Lo saludo y me sabe a hiel,
porque se fue de forma dolorosa
y no dejó piedra sobre piedra
que pudiera recoger por camino alguno.
Y digo, por fin,
lo que quise siempre decir:
No es preciso fingir.
No es preciso fingir.
16/10/15