domingo, 24 de junio de 2012

Valentín Ginés, la sombra maluta de Krisnamurti

Krisnamurti
Valentín Ginés nos convocó a un debate sobre sus dos primeros libros el 4 de setiembre de 2001 a las 7 de la tarde en la "Galería 99" de Hervás. Visto ya con la perspectiva de más de una década parecería un martes cualquiera si no fuera porque una semana más tarde ocurrió el atentado de las Torres Gemelas. Y lo hizo fiel a su estilo provocador, a través de una de sus reconocidas notas,  deslizadas por la rendija de la puerta en la calle Reconquista, a lo cual nos tenía ya acostumbrados:
Espero verte por allí para oír tu opinión, sea a favor, en contra o neutral (habrá caramelos para los pelotilleros)
Las niñas eran muy pequeñas todavía. Él las llamaba ratitas. Durante ese verano, puntualmente cada mañana con la fresca, el muy sinvergüenza instalaba en la calle peatonal su pequeño puesto bíblico compuesto por una caja de cartón  inversa (la de los libros, a modo de mostrador) su silla playera de pinza y trataba de vender ejemplares de sus dos primeras obras de terror entre los vecinos y turistas desprevenidos, atraídos por el imán de sujeto tan pintoresco y por el reclamo insuperable de alguna cajita de cerezas picota. A él le gustaba hacerse el loco y que le compadecieran, y lo lograba:  
-Hervás, paseos, charlas y reflexiones- y -Hervás, la ternura del cerezo- eran sus dos prometedores títulos, como dos disparos certeros hacía el corazón del pueblo, a sus personajes y a sus vivencias de cronista cargadas con toneladas de la ironía más ácida e irreverente...
Ambas obras autoeditadas por un sospechoso CEDI, acrónimo del "Centro de Diálogo" que no era otra cosa que una burda tapadera en la que se envolvía el primer gabinete psicológico amateur del pueblo (él no lo sabía o sí??). Después de estos dos primeros atentados escritos (como él mismo los llamaba) heraldos del talibanismo emocional en estado puro,  vinieron otras dos invectivas más:  Hervás, con los brazos abiertos (2002) y la última -que podemos concluir- sería ya su póstumo legado manuscrito, todavía inédito y reposante en manos albaceas que conozco...

Hemos dicho póstumo, si, porque lo damos por muerto y tuvo el buen gusto de no despedirse de los que más le tratamos y en algún momento -incluso- llegamos a quererle. Desapareció como el que se va a por pan y no vuelve pero lo dejó todo para despedirse de verdad, en silencio. Dejo caer el bulo y cundió el rumor  al cabo de unos meses de ausencia de que se fue a un viaje oriental sin retorno; que tomó un barco ultramarino y que se plantó por el camino de la mar océana  a compartir sus sueños y pesadillas con sirenas y gorgonas.  

En realidad, Valentín lo había dejado todo mucho tiempo antes para someterse, él mismo, a su propio experimento emocional, a su terrible penitencia krisnamurtiana. Sin embargo ya no pudo tomar el camino de vuelta, era tan sensible, tan aristocrático, su conversación tan genuina e iconoclasta, que no podías por menos que quererle. ¡Qué tío, qué cabeza tenía! Terco como una mula

Nunca le faltó clientela a este gurú en su desenfrenada empresa mayeútica, es verdad; ya fueran sus víctimas los paisanos o los forasteros de esta villa singular. Más que el diálogo que publicitaba lo que a él le gustaba de verdad era tirar de la lengua a los demás, llevarlos al frondoso jardín de las emociones donde enteramente se deleitaba. Aprecié un cierto sadismo en esta actitud. Pincharles allí donde más dolía, extraerles a partir de preguntas de apariencia ingenuas o inocentonas la ponzoña y el resentimiento que acarreaban de un modo latente desde  no sé sabe cuando. Era un maestro en esto, tiernamente insoportable. Con lo que no contaba era con el peso de su sufrimiento. Sufría como un bendito en soledad, no sufría porque le despreciaran.  La prueba de la convivencia consigo mismo era muy dura, creo que se dio cuenta finalmente que le superaba.

Parece mentira cómo hasta su guarida los gentiles llegaban con tan sólo el risueño señuelo de un letrero pintado a mano en la tapia baja de una esquina de "Las Esquinas Altas". Hoy, marchito, aún se aprecian los restos de aquel letrero abandonado antes reluciente. Eso era suficiente para conducir al caminante despistado, que se dejaba llevar por la curiosidad siguiendo las pistas dejadas cual juego infantil: un rastro de flechas pintadas en piedras o en árboles del camino el cual desembocaba, como callejón sin salida, en la casita del bosque donde monásticamente vivía.

Así conocí a Valentín Ben Ginés, el primer día que llegué a Hervás en noviembre de 1996 para quedarme.
El día anterior asistí a la sesión del cine-club hervasense. La película: Dersu Uzalá.
un nido en las esquinas
 Y una cosa me llevó a la otra. El ángel pertinaz su albacea, el pollino mendaz y el chamániko chalán
pollino mendaz

Con Lola y Valentín