Por Alagón |
Ahora busco los rastros de la eternidad en
los gemidos de la luna, desnuda e intrépida, encallada en su halo de seda.
Ahora busco la estela del amor en tus labios
gastados por la tempestad, en tu orgasmo lívido, en la sombra del ciprés hecho
silencio, materia anodina.
Ahora busco las vocales y los suspiros bajo
la tierra húmeda de este otoño peregrino que anuncia con furia sus intenciones
en estado de embriaguez.
Ahora busco las señales del amor, siguiendo
sigilosa los pasos de la desilusión.
Exhausta por el dolor, cierva levantina,
rastreo las huellas del temporal que arrastró nuestra viña hacia las fauces de
la nada.
Ahora busco la herida, agria y sagaz en las
tinieblas de tu ausencia, lamiendo con voracidad sus grietas, sus fonemas, sus
algas venenosas.
Ahora busco el amor dolorido, el afecto, el
orgasmo irreverente, las caricias rotas, la palabra que quedó en barbecho.
Ahora me pregunto por la caída de la ciudad
sagrada, por la toma del templo, por el saqueo de los iconos, por la fuga de
los dioses.
Desnuda ante ti, desprovista de ingenio y de
orgullo, me dejo llevar por el desgarro hacia la orilla. Mas no peleo contra
las sirenas, adolezco de brújula, no desafío a los Cíclopes del Alejandrino, no
busco la senda de la eternidad. Me dejo arrasar por el deseo del náufrago,
atisbando a lo lejos el humo nostálgico de quien tuvo un hogar y se abandonó al
silencio.
Ahora busco la balsa tardía, el canto lejano
de aquella Circe execrable que sopló hiel en nuestro espejismo volátil y
esparció nuestras cenizas por el piélago ácido.
Ahora tomo el camino hacia mi Ítaca, exento
de aforismos y de velas soporíferas.
No hay Ulises, ni Penélope. No existe la
isla misteriosa del rapsoda invidente. No existe más que el silencio. Un lecho
de cristal, amalgama umbrío de promesas y sueños destinados al vacío. La cámara
lenta de una aventura ambigua en términos de raciocinio rupestre. La
perspectiva de un nuevo viaje hacia tierras cálidas, hacia playas de arena y
voces de niños que alzan sus castillos contra todo pronóstico de cataclismo
subliminal.
No hay antes ni después.
Sólo el llanto del búho, las lágrimas de la
pérdida, tus besos lactantes sobre mi rostro de barro.
Sólo el huerto, el semillero de la soledad,
una nube despistada en el horizonte anónimo, un amor a la espera…
M.M.
29/9/12
Tiene poco que ver pero "...el desgarro hacia la orilla" me trajo un poema de Panero padre a la memoria. Es bastante conocido y quizás no sea yo, un ateo, el más indicado para citarlo pero ahí va:
ResponderEliminarEscrito a cada instante
Para inventar a Dios, nuestra palabra
busca, dentro del pecho,
su propia semejanza y no la encuentra,
como las olas de la mar tranquila,
una tras otra, iguales,
quieren la exactitud de lo infinito
medir, al par que cantan...
Y Su nombre sin letras,
escrito a cada instante por la espuma,
se borra a cada instante
mecido por la música del agua;
y un eco queda sólo en las orillas.
¿Qué número infinito
nos cuenta el corazón?
Cada latido,
otra vez es más dulce, y otra, y otra;
otra vez ciegamente desde dentro
va a pronunciar Su nombre.
Y otra vez se ensombrece el pensamiento,
y la voz no lo encuentra.
Dentro del pecho está.
Tus hijos somos,
aunque jamás sepamos
decirte la palabra exacta y Tuya,
que repite en el alma el dulce y fijo
girar de las estrellas.
Dios, el amor..., sin ironía, mientras hay vida hay esperanza.
Salud!
Luego está el soneto CXVI de W S, que tiene su aquél!!!
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