lunes, 11 de diciembre de 2017

Alfanhuí tenía el camino delante de sus ojos


 
En marzo y abril comenzó la abuela de nuevo con sus fiebres y sus tareas, y en mayo, las botas del abuelo volvieron a las arcas. Alfanhuí se calzó las alpargatas de caminante y partió sus dineros con la abuela:

–¡Adiós, abuela Ramona!

Alfanhuí tenía ahora el verano y el camino delante de sus ojos y pasó las montañas hacia el norte, a Castilla otra vez. Los caminos estaban poblados de pájaros y de caminantes. De los primeros segadores que bajaban del norte, a las cebadas tempranas; de carros de bueyes o de mulos, que paraban en los mesones de la carretera con sus cargas de carbón de encina o de alcornoque. Y esto ya lo decía un cantar:

Salamanca la blanca, ¿quién te mantiene?, cuatro carboneritos que van y vienen. 

Los carboneros eran tímidos y cortos para contestar, y por andar con lo negro y porque nadie les robaba la mercancía, se sentían menos que ningún hombre. Formaban en los mesones su grupo oscuro en un rincón, o si había otros caminantes, se salían al sereno a fumar y a mirar la luna sobre la carretera. Las mesoneras echaban el vino con desprecio, porque en el verano todos los pobretones andan sueltos por los caminos. Tampoco los segadores eran gran cosa para las mesoneras, aunque venían de más lejos. Toda era gente dura que no pedía más que vino y pagaba lo justo y traía los huesos hechos a no pedir camas ni melindres.
 
Rafael Sanchez Ferlosio junto a Carmen Martín Gaite

Muy interesante es la aportación que hace Rafael en su Alfanhuí a la vida del mundo rural cuyos rasgos apenas ya palpamos si no es a través del folklore y la imaginación del camino. La charrada nos sigue dejando estupefactos.

Aprovecho el episodio de carboneros, carros y recuas para enmarcar este cantar (apocrifado por mi padre) himno claro de la charrería en el trajín y el polvo que el camino lleva.

Todo aquello pertenece a un mundo que ya perdimos, el trasiego de personas, animales y mercancías. Todo aquello que abrieron los caminos al mundo nos parece muy digno y venturado. Creo firmemente que es así desde la noche de los tiempos, no solamente los históricos. El camino civilizó, amplió los horizontes, hizo humano el paisaje.

Me interesa en particular la localización aludida (ténuemente aludida pero reconocida) la que que atraviesa las montañas y que serían aquellas -no puede ser otras- que las que separan Salamanca y la Alta Extremadura. La Sierra de Gata y El Rebollar.

Por este libro llegamos a Alfanhuí, 1951

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