Conferencia a cargo de Teresa Forcades i Vila
Médico, teóloga y monja benedictina. Comprometida activamente
en la defensa de los derechos de las mujeres.
La observación del comportamiento de las personas y la articulación explícita
de sus códigos morales parece confirmar la existencia de lo que podríamos
llamar “valores de género”, esto es, “valores éticos” que una persona vive o
tiene más facilidad de vivir en función de que sea mujer o varón. Parece, por
ejemplo, que las mujeres en general tienen más facilidad que los varones
para buscar consenso en la toma de decisiones ya que tienen en cuenta los
sentimientos y las necesidades concretas de las personas en el momento de
evaluar una situación y también por ser flexibles en la aplicación de las normas
cuando es necesario; por lo que hace a los varones parece, en cambio, que
en general tienen más facilidad que las mujeres para asumir en solitario una
decisión difícil, al tener en cuenta los aspectos objetivos implicados en una
situación y al ser rigurosos en la aplicación de las normas si es necesario.
Algunos de estos factores podrían explicar que el año 2001 el 60% de las
mujeres de Barcelona dedicasen más de 15 horas semanales a las tareas
domésticas (entre las que hay que incluir el cuidado de los padres ancianos
de su pareja masculina y a veces incluso el de los padres de una pareja
masculina anterior), mientras que el 60% de los varones dedicó menos de
7 horas semanales a estas tareas. Más de la mitad de estas mujeres
trabajaban simultáneamente fuera del hogar en una tarea remunerada.
Así pues, para poder evaluar el asunto en toda su complejidad, hay que
tener en cuenta también que el saber popular se ha percatado, hace ya
mucho tiempo, de que la supuesta entrega que caracteriza a la feminidad
acaba “pasando factura” en el momento más inoportuno y que la supuesta
libertad que caracteriza la masculinidad se hunde si no tiene a la mujer
en casa “dándole soporte moral y material”.
Leah Chodorow |
Si aceptamos -con Chodorow- que el proceso de individualización infantil que
nos despierta por primera vez el “sentido del yo” (autoconsciencia) se produce
en el caso de la niña por continuidad con la identidad materna y en el caso del
niño por discontinuidad con la identidad materna, y si aceptamos además
-con Lacan- que la persona está llamada a subjetivarse en la vida adulta
atravesando una y otra vez las fantasías identitarias propias de la infancia,
tendremos, en mi opinión, el marco necesario para examinar de forma crítica y
fecunda las aparentes contradicciones asociadas al tema de los valores de género.
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