viernes, 23 de marzo de 2012

Esto se desinfla, sigan soplando 2 (San Agustín)

NOTA. Esto nació en la idea de incorporar una acotación en la entrada homófoba anterior, hasta que descubrí por San Agustín que era veta buena de otro mineral, así que cobró vida propia y lo transcribo, extrayéndolo de su madre. Solicito que sea puesto en relación con ella, como una hija, vamos.
Agustín de Hipona, o sea, San Agustín. Padre de la Iglesia, grande entre los grandes



Antes de continuar -como una acotación que ponga a prueba nuestra buena catequización recibida en la escuela-  observemos el dekálogo de los divinos mandamientos para advertir cuál/es sería/n tentativamente las faltas punibles achacables a la mujer virtuosa de Sodoma CALLANDO:


1- Amarás a Dios sobre todas las cosas.
2- No tomarás el nombre de Dios en vano..
3- Santificarás las Fiestas.
4- Honrarás a tu padre y a tu madre.
5- No matarás.
6- No cometerás actos impuros.
7- No robarás.
8- No levantarás falsos testimonios ni mentirás.
9- No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
10-No codiciarás los bienes ajenos.
NO ESTÁ TIPIFICADA TAL FALTA.

Por cercanía, el 8º, aunque de lejos cubre ciertas expectativas, pero no son suficientes. ¿Acaso los jueces de Sodoma eran de probada probidad? ¿podría acudir la virtuosa a la Justicia para largar testimonios comprometedores de sus colegas, vecinos o compañeros? Eso era un putiferio y la justicia es de suponer estaría penetrada hasta médula por el cáncer de la corrupción. Y además, si larga, no contenta con virtuosa sería tachada también de chivata, muy mal visto por lo que sabemos de Sodoma y castigado con el suplicio de sufrir terribles aberraciones sexuales, que la puritana -¡la probecita!- no podría de ningún  modo tolerar. Concluyamos pues esta acotación ya que llegamos a su final. 

CONCLUSIÓN
Ningún mandamiento obliga a dar testimonios veraces sólo por el prurito de salvar la ciudad de Dios o agradarle, en términos agustinianos, aunque otra cosa sería en términos tomistas. 
Tan sólo le quedaría la opción de dimitir de sus responsabilidades o echarse a un lado como Curro Romero, el único modo de dejar la conciencia tranquila, apartándose no ya del delito -el toro-, sino de los delincuentes y sus banderilleros que han tomado la plaza y que se han hecho señores del  cortijo ¿Cómo si no, ser testigo y callar? ¿Cómo si no, amar a dos mujeres a la vez, y no estar loco? etc.

Así bien se explica cómo incluso desde un punto de vista ético/teológico el gobierno de la Ciudad puede llegar a estar en manos de ladrones y de rufianes que con lascivia y contumacia sin par incumplen desde el primero hasta el último de los mandamientos. 
Me parecería exagerado ahora glosar con ejemplos de cada uno de ellos sus múltiples y conspicuas representaciones, aunque pensándolo bien no descartamos hacerlo en ulteriores entregas, si son acompañadas de petición popular o unánime aclamación

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