Cestero de Villoruela. Salamanca, 21 de diciembre de 2017 |
Un cesto perdido
Algún día nos acordaremos
de la hora robada
que no nos concedimos:
la que dejamos caer
en un cesto perdido.
Queremos que nos la devuelvan
en el próximo solsticio
en lo que se añade de día,
pero no lo conseguimos.
En aquel día reclamaremos
sin empacho y por partes,
esa hora perdida de vida,
ese segundo añadido
que pasó por nuestra conciencia
sin gloria y sin aviso.
La reclamaremos
para hacer lo que no hicimos,
para decir lo que no dijimos,
para sentir lo que no sentimos.
Debíamos haber amado algo
que se marchó en un suspiro.
Sentiremos entonces que la vida
fue un efímero impulso
del que no encontramos su sentido,
que todo, probablemente,
pertenecía ya a otro mundo,
que estaba dentro de otra obra
que correspondía a otro ser.
Olvidamos a menudo
una parte considerable
de todo aquel equipaje baldío
en la trastienda de una casa,
que por cierto se derrumbó.
Barrio chino de Salamanca. Una casa que se derrumbó |
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