Roble |
En cierta ocasión, tendría unos cinco años, a finales de otoño, nos dijeron que íbamos a ir al monte a pasar el día. Sólo quedaron en casa los más pequeños. En total entre niños, adolescentes y personas mayores seríamos unos doce o catorce.
A los menores nos subieron a la tartana de mi abuelo, con un toldo cilíndrico como los del oeste americano, junto con la comida y bebida para toda la jornada, las sierras, hachas y demás útiles del leñador y el piconero. El carro estaba ya casi en desuso desde que abandonara los caminos más largos de León repartiendo el chocolate familiar que fabricaban.
Mis tíos y mis padres distribuyeron el trabajo de cortar la leña de roble y encina, preparar la chimenea y encender el fuego para calentarse y cocinar. A nosotros nos dejaban las tareas sencillas del transporte de la poda fina y la selección de las ramas menos pesadas de acuerdo a su grosor. Era un juego.
Debimos de comer muchísimo porque el apetito se despierta trabajando en el campo. Y a un niño más. Recuerdo haber estado sentado varias veces en unas piedras que colocaron entorno a una fogata cerca de la chimenea, donde comíamos.
Entonces todavía se hacían aquellas grandes montañas comunales de leña, en capas circulares superpuestas, que aparecen en la película de Armendariz, Tasio. Era la cosecha de picón, el carbón vegetal que alimentaría los braseros de las casas en el largo y frío invierno mesetario. En el curso del día se iría transformando en un túmulo humeante y, llegada la noche, en un fantástico, palpitante hormiguero de fuego lento, interno, y chispas que salían de la chimenea entre el humo contenido de toda la masa viva respirando como un animal.
Cayó la noche misteriosa y la gran sorpresa: los más jóvenes, dos primos unos meses más pequeños y yo, dormiríamos en la tartana, porque los adultos debían vigilar permanentemente el horno hasta el amanecer. Ya estábamos en el regazo de nuestras respectivas madres, tapados con mantas y así tal cual nos llevaron al carro.
Yo protesté diciendo que quería quedar con los mayores, que no tenía sueño, y era verdad, estaba escepcionalmente exaltado y podía sentir el rubor del calor del fuego en la cara y el brillo, común a todos los niños, en los ojos maravillados. ¡Era un espectáculo!
Pero de nada me sirvió.
Nos dieron un beso y nos dejaron allí. Al momento mis primos dormían como benditos, pero yo estuve paralizado de miedo mucho tiempo. Sólo me consolaban las voces y las risas un poco lejanas de mi familia y el resplandor de la fogata que llegaba a través del toldo como un halo rosado que parecía encenderme y calentarme la cara.
A unos veinte metros de la tartana había un claro de esos que hacen las encinas, donde se pueden encontrar setas, Boletus y Amanitas Cesáreas para comer, pero también Muscarias para alucinar o Phaloides para morir.
"Círculos misteriosos de los adolescentes" se titula el 2º movimiento de El Sacrificio, de la Consagración de la primavera de Stravinsky. ¡Oh bosques y espesuras/ Plantadas por la mano del Amado!, dice san Juan de la Cruz. La Piconera de Julio Romero y las piconeritas del Madrid galdosiano. Corra de brujas buenas, de las que hablaba Roidis.
Yo sabía que en ese claro había una fosa común con doce personas, republicanos de Valderas que habían sido "paseados", torturados y asesinados por falangistas durante la guerra civil, y enterrados allí.
Entonces era obligado ir a misa los domingos y fiestas de guardar.
Salud y calor.
Ramiro R . P.
Ayer tomásteme el día, ausente yo en la capital, y prestome mucho.
ResponderEliminarCon cariño y salud.
Louk
Vuelvo al picón por que había cosas pendientes.
ResponderEliminarY pendiente está todo lo relativo a la memoria de los vencidos.
He visto hace poco "Pa negre" de Villaronga y leído "El holocausto español" de Paul Preston, así que estoy sintonizado.
En la obra del inglés se hace un repaso muy pormenorizado y documentado de las barbaridades que se hicieron en aquellos funestos años por toda la geografía nacional. No sé qué poeta decía que España está sembrada de muertos...
No sé, poetas, Cernuda, León Felipe, Vallejo y cualquiera que
ResponderEliminarque sin ser poeta no se engañara.
Pero creo que un comentario es poco espacio. Te cuento algo más en otra entrada ahora mismo.Geia! Ramiro.
Hola, Lucas. Una mención de hoy en los comentarios de Psilicosis a estos capítulos de Geotermias. Es la respuesta a César, un amigo. Lo pongo porque hay una referencia novedosa a la fosa de la que hablaba aquí:
ResponderEliminar"Sobre el asunto que tratamos, te invito a leer tres cortas colaboraciones del 2011 en Geotropía, el blog de un amigo.
Cuando digo que las familias ya saben que no obtendrán justicia, sé de lo que hablo. ¡Y qué revancha van a pedir, si el poder sigue en manos de los mismos! No conozco a nadie que la quiera (los habrá, el deseo es libre) y menos una guerra, porque fueron precisamente esas personas las que sufrieron las consecuencias más horribles de todo ese baño de odio y sangre. Acusarlos de revanchismo porque se niegan a olvidar, para ocultar la vergüenza de "su" reconciliación -llámale olvido, cinismo...-, es un nuevo insulto, grave, a las víctimas y a sus familias, que en la mayoría de los casos sólo querrían recuperar los restos. Oírlo en boca de un obispo me dan vómitos. ¿Realmente éstos representan a un dios bueno y justo?, qué sarcasmo..."
"La fosa de la que hablo ahí, no se había abierto, como nosotros creíamos, un familiar llevó una pala en el 2012 y escavó por su cuenta en ese claro de encinas donde decía mi padre. Sacaron los restos de once personas."
(Las entradas de Geotropía a las que aludo están en este momento entre las más visitadas del blog, aquí abajo mismo: Picón, Fosas muy comunes y Corra de brujas.
Salud!
ramiro